Edward Snowden lo ha denunciado con toda la claridad posible en una entrevista concedida a la televisión pública alemana ARD: el gobierno de Estados Unidos quiere matarle. Es lógico que el ex agente de la NSA, asilado en Rusia, lo grite lo más alto posible. Así deja patente ante todo el mundo que si le pasa algo, que si enferma de repente o le pegan un tiro, habrá que mirar directamente al presidente Obama.
La realidad es que al poderoso grupo de profesionales del crimen de la CIA no se les ocurrirá atentar contra una persona tan famosa en el mundo, precisamente porque supondría una ruptura de las relaciones entre su país y la Rusia de Putin. Sería una violación de las leyes internacional que tendría un coste tremendo para Obama.
Israel lo ha hecho con frecuencia en su cruzada contra los grupos terroristas enemigos, pero es una excepción mundial sin equivalencia con el caso Snowden. El informático no es un terrorista. La Administración estadounidense le persigue por espionaje y traición, delitos habituales en el mundo del espionaje. Espías rusos como Oleg Gordiesky, perteneciente a la KGB, pasaron secretos a la CIA y antes de que le detuvieran fue acogido en el llamado mundo libre. Por contra, traidores como Aldrich Ames o Robert Hanssen, que desnudaron a la CIA y al FBI, fueron pillados in fraganti y dormirán hasta el final de sus días en prisiones de máxima seguridad.
Las autoridades de Estados Unidos mantendrán la presión sobre Snowden -como la mantienen contra el wikileaks Julian Assange- para que a cualquiera que se le pase por la cabeza vender secretos del país sepa que no cesarán en destrozarle la vida.
Alexander Litvinenko, ex del KGB, fue envenenado en Londres por los rusos, aunque siempre lo hayan negado. Estaban hartos de él, pero el caso es distinto al de Snowden. Una democracia como la de Estados Unidos, a pesar de la falta de respeto que mantienen a las leyes internacionales con los asesinatos selectivos de yihadistas, no sería comprendida ni siquiera por los propios norteamericanos. Snowden es un traidor, pero es uno de ellos.
lunes, 27 de enero de 2014
viernes, 24 de enero de 2014
Maclean, el traidor más guapo que no quiso salir del armario
Cada
uno de los cinco traidores tenía una personalidad especial, sorprendente para
la época. Entre esas características estaba la homosexualidad de varios de
ellos.
El auge del nazismo en la década de los años 30 llevó a muchos jóvenes
a militar en el comunismo. Estos movimientos se asentaron en los ambientes
universitarios, donde tuvo su origen “El quinteto de Cambridge”.
Uno de sus
miembros, Donald Maclean, tenía unas características poco comunes entre
los espías clásicos de la época. Hijo de un preboste del Partido Liberal, de
joven destacaba por su belleza y por ser demasiado blando. De hecho, hizo
papeles de chica en varias representaciones escolares y sus compañeros le
conocían como “lady Maclean”.
Estudió en Cambridge Lenguas
Modernas y militó furibundamente en el comunismo. Incluso escribió
artículos en la revista de la universidad mostrando sin tapujos sus ideas
políticas. Pero, como el resto de sus compañeros de la red, cuando abandonó la
universidad renegó públicamente del comunismo para poder acceder al Foreign
Office. Como era un cerebrito y hablaba alemán y francés, aprobó los exámenes
con sólo 22 años.
Tras pasar un tiempo dedicado a la burocracia en Londres, en
1938 fue destinado a París, donde realizó un buen trabajo, aunque se sintió
atraído por la bohemia de la ciudad. Así sería su vida en el futuro: por un
lado serio y trabajador y por el otro un alocado soñador.
Casado y
homosexual
En París conoció a la americana Melinda Marling, que se
convirtió en su esposa, y convivió una temporada con su amigo Kim Philby,
destacado en la zona como periodista, que notó que su timidez de joven había
cambiado hasta convertirse en un emprendedor diplomático.
En 1940, Maclean
volvió a Londres, donde en compañía de Kim Philby y Guy Burgess conoció
a Otto Katz, el agente del servicio secreto ruso que impulsaría y
controlaría sus actividades como espía.
En abril de 1943 fue destinado a
Washington, a un puesto que le permitió tener acceso a informes secretos de
mucha utilidad para los comunistas. Incluso participó en el Comité de Política
Combinada sobre Energía Atómica, cuyos estudios envió secretamente a sus
contactos rusos.
Esta actividad le afectó a los nervios, como a cualquier
topo, aunque con la diferencia de que Maclean no tenía una personalidad
preparada para hacer frente a las situaciones de tensión extrema. Combatió sus
problemas dándose a la bebida, lo que le indujo a mostrar en público sus
convicciones antiamericanas.Por suerte para él, fue destinado a El Cairo,
destino al que se trasladó acompañado de su mujer y sus dos hijos.
Allí
siguió espiando para los rusos y paralelamente aumentó su dependencia del
alcohol, que le descontroló hasta llevar a emborracharse continuamente en
público y a tener sus primeros ligues homosexuales.
El conocimiento de su vida
disipada provocó que le obligaran a regresar a Londres, donde se salvó de ser
expulsado del Foreign Office a cambio de ir al siquiatra, que le convenció de
que se tomara seis meses de vacaciones. En ese tiempo, acudió a un siquiatra privado
que le aconsejó que no ocultase sus tendencias gays.
Alertado, huye a Moscú
antes de ser interrogado
Pasados los meses de descanso forzoso, retornó al
trabajo. Fue destinado a la jefatura del departamento americano, donde recuperó
su faceta de agente secreto ruso.
Pero el 25 de mayo de 1951, su amigo
Burgess, que trabajaba en el servicio secreto, le anunció que los americanos
sospechaban de sus actividades y que habían recomendado a sus colegas ingleses
que le interrogaran. Maclean no se lo pensó dos veces y decidió huir con su
compañero a Moscú.
En Rusia trabajó para los el servicio secreto y dos años
después de su llegada fue a acompañarle su mujer Melinda. Su vida de alcohol y
ambigüedad sexual no acabó bien. Pasados los años, Philby tuvo que huir también
y no tardó mucho en seducir a Melinda. Maclean murió solo.
miércoles, 15 de enero de 2014
Los amores secretos de los presidentes franceses: Miterrand hizo lo mismo que Hollande
La historia se repite una y otra vez. Con frecuencia, las personas que ocupan los mismos cargos tienden a llevar vidas paralelas. Esto viene a cuento del escándalo que asola Francia estos días a raíz de descubrirse que su presidente Francois Hollande está unido sentimentalmente a Valerie Trierweiler y, al mismo tiempo, mantiene una relación con la actriz Julie Gayet.
Estos acontecimientos son una curiosa repetición de los vividos hace 30 años en el mismo palacio del Eliseo. Entonces el presidente se llamaba también Francois, aunque el apellido era Miterrand. Político de carisma, tuvo la destreza de ser consciente desde el primer momento de que la tormentosa vida privada que llevaba necesitaba estar escondida detrás de un tupido velo para que la opinión pública la desconociera y no le impidiera ser reelegido unos años después.
Miterrand estaba casado legalmente, pero cerca de su despacho tenía una casa en la que vivían Anne Pingeot, su amante, y Mazarine, su hija. Nadie conocía su existencia, para lo que encargó a su espía privado, Francois de Grossouver, que se encargara de que la prensa nunca publicara esa relación.
Miterrand sabía que ese secreto y otros que mantenía alejados de sus votantes exigían un servicio de inteligencia propio, para lo que no le servía el espionaje francés. Así que creó la llamada "Célula del Elíseo" para que se ocupara de sus asuntos personales.
Y lo consiguió. No solo mantuvo en secreto su vida privada, sino que consiguió evitar que el pueblo francés descubriera que padecía un cáncer que le impedía trabajar normalmente y que si hubiera sido conocido seguro que habría impedido su reelección como presidente de la república.
Una vez que consiguió ganar de nuevo unas elecciones, todo se supo, pero ya poco le importaba. Hollande ha sido más honesto y la bomba le ha estallado en las manos.
Ah, como pasa en todos estos asuntos, sería muy interesante saber quién o quiénes han sido los que filtraron la relación a los medios de comunicación. Sin duda, sus enemigos.
viernes, 10 de enero de 2014
Guy Burgess, el espía obseso sexual, juerguista y bebedor sin límite
¿Se puede ser espía siendo un
obseso sexual, juerguista y bebedor sin límite? Cualquier oficial de
inteligencia actual diría rotundamente que no, pero la historia demuestra todo
lo contrario, por increíble que pueda parecer.
Guy Burgess fue uno de
los mayores impulsores del “Quinteto de Cambridge”. Puso su empeño no
sólo en espiar para los soviéticos, sino en reclutar a otros miembros para la
red. Su capacidad de no levantar sospechas estaba inicialmente fundamentada en
pertenecer a una familia de garantías, en la que su progenitor era militar.
Entró en Cambridge para estudiar Historia y rápidamente se convirtió en
comunista, aunque sin renunciar en ningún momento a la vida bohemia y
despreocupada que tanto le apasionaba. Beber y flirtear con otros hombres
formaba parte de su cotidianidad, lo que le formó una coraza que hacía que
nadie pensara que alguien así pudiera ser un ferviente comunista.
Cuando entró
a trabajar en el Foreign Office, ya era un peculiar militante del Partido
Comunista, que seducía en las elegantes fiestas a las que acudía no por sus
ideales revolucionarios, sino por su encanto burgués, su talento y simpatía. En
el trabajo en el ministerio de Exteriores, empezó rápido a sustraer los informes
confidenciales que podían interesar a los rusos, se los llevaba por la noche a
su controlador para que los fotografiara y los devolvía al día siguiente sin
que nadie se enterara.
Su trabajo como espía durante la Segunda Guerra
Mundial y en la época de la Guerra Fría fue muy bueno, pero su tipo
de vida le hacía caminar por un peligroso y delgado hilo. En 1951,
coincidieron en Estados Unidos, Donald Maclean, Kim Philby y él. Incluso
Guy estuvo viviendo en casa de Kim, que era uno de los pocos amigos que sabía
conducirle en su disipada vida. Pero Philby, que trabajaba en el servicio
secreto inglés que le había destinado de enlace con la CIA, descubrió
que los norteamericanos sospechaban de que Maclean y quizás Burgess podían ser
unos traidores, por lo que les alertó para que huyeran rápidamente.
Una
estancia deprimente en Rusia
Analizadas las posibilidades con el
controlador soviético, decidieron que Maclean debía escapar inmediatamente. No
está muy claro si resolvieron que Burgess también desapareciera o que
simplemente le acompañara en el inicio de la huida y luego regresara. En
cualquier caso, Burgess se asustó más de la cuenta pensando en la cárcel que le
podía estar esperando en Inglaterra y optó por largarse a Rusia.
Allí
los dos fueron excepcionalmente recibidos, especialmente porque los de la KGB
disfrutaron como enanos contemplando públicamente el espectáculo de caos y
crisis que se adueñó de sus colegas del servicio secreto inglés cuando el mundo
se enteró de la infiltración durante años de dos topos.
Maclean se adaptó muy
bien a su nueva vida, pero Burgess lo pasó fatal. Nunca se molestó en
aprender una sola palabra de ruso, bebió aún más descontroladamente, se
empeñaba en vestir su vieja ropa inglesa y a pesar de lo mal visto que estaba en
aquella época en la Unión Soviética, siguió ejerciendo activa y
públicamente su homosexualidad.
Fue tan detestado en silencio por las
autoridades soviéticas, que en los días anteriores a su muerte no permitieron a
su antiguo amigo Philby –que ya había desertado, confirmando que era “El
tercer hombre”- que fuera a visitarle al hospital donde agonizaba. En su
testamento, le dejó a su colega Kim su biblioteca, sus abrigos de invierno y el
poco dinero que le quedaba. Burgess fue bueno como espía, pero un desastre como
persona.
miércoles, 8 de enero de 2014
El día que España reconoció en secreto a Cuba y el consiguiente escándalo
Hay una diplomacia oficial y otra secreta. La oficial la protagonizan los ministerios de Asuntos Exteriores y la secreta la llevan a cabo los servicios de inteligencia. Cada una tiene sus funciones y se sustituyen cuando la situación política lo recomienda. La primera es pública y la segunda es oculta. Cuando un país quiere mantener relaciones con otro, pero no quiere que se conozca el acercamiento, lo que hace es poner en marcha a su agencia de espionaje.
Esto es lo que ocurrió durante los años 80 en España con Cuba. El presidente del gobierno era Felipe González, que siempre había mantenido una cierta simpatía con Fidel Castro, quien le mandaba habitualmente sus mejores puros como regalo. Eran tiempos en los que el servicio secreto español, entonces llamado CESID, estaba dirigido por Emilio Alonso Manglano, un hombre listo, con una mano derecha de alabar.
En temas de espionaje no había -ni hay- amigos o enemigos y Manglano lo sabía perfectamente. Eran tiempos en los que el CESID estaba ampliando su red en el extranjero, poniendo énfasis especial en la América de habla hispana. El reto les apareció con claridad: ¿Por qué no establecer relaciones con Cuba, un país tan cercano a nosotros? Dicho y hecho. Manglano se lo planteó a González y consiguió su autorización.
Con el máximo secreto, como se hacen estas cosas, el CESID mantuvo unas largas conversaciones con el G2 y acordaron autorizar el establecimiento de delegados en los dos países, que sirviera como cauce para solventar los problemas diplomáticos.
Una vez cerrado el acuerdo, la noticia llegó a los servicios secretos de la OTAN que estallaron contra el CESID. Tanto, que convocaron una reunión de urgencia del órgano de la Alianza Atlántica encargado de los servicios de inteligencia. Allí Manglano explicó que no les iba a pasar información de los aliados -algo obvio- y que era mejor relacionarse con ellos que no hacerlo. Los más cabreados fueron los de la CIA, que mostraron su cabreo pero no pudieron hacer nada para impedirlo.
Con el paso de los meses, los servicios occidentales terminaron recurriendo al CESID para conseguir un acercamiento a los cubanos, aunque la CIA nunca lo intentó. España fue precursora en el tema, como lo sería también en su acercamiento al temible KGB ruso.
Esto es lo que ocurrió durante los años 80 en España con Cuba. El presidente del gobierno era Felipe González, que siempre había mantenido una cierta simpatía con Fidel Castro, quien le mandaba habitualmente sus mejores puros como regalo. Eran tiempos en los que el servicio secreto español, entonces llamado CESID, estaba dirigido por Emilio Alonso Manglano, un hombre listo, con una mano derecha de alabar.
En temas de espionaje no había -ni hay- amigos o enemigos y Manglano lo sabía perfectamente. Eran tiempos en los que el CESID estaba ampliando su red en el extranjero, poniendo énfasis especial en la América de habla hispana. El reto les apareció con claridad: ¿Por qué no establecer relaciones con Cuba, un país tan cercano a nosotros? Dicho y hecho. Manglano se lo planteó a González y consiguió su autorización.
Con el máximo secreto, como se hacen estas cosas, el CESID mantuvo unas largas conversaciones con el G2 y acordaron autorizar el establecimiento de delegados en los dos países, que sirviera como cauce para solventar los problemas diplomáticos.
Una vez cerrado el acuerdo, la noticia llegó a los servicios secretos de la OTAN que estallaron contra el CESID. Tanto, que convocaron una reunión de urgencia del órgano de la Alianza Atlántica encargado de los servicios de inteligencia. Allí Manglano explicó que no les iba a pasar información de los aliados -algo obvio- y que era mejor relacionarse con ellos que no hacerlo. Los más cabreados fueron los de la CIA, que mostraron su cabreo pero no pudieron hacer nada para impedirlo.
Con el paso de los meses, los servicios occidentales terminaron recurriendo al CESID para conseguir un acercamiento a los cubanos, aunque la CIA nunca lo intentó. España fue precursora en el tema, como lo sería también en su acercamiento al temible KGB ruso.
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